Vivimos el circo mediático, cada día.
Desde el peligroso domador de cabezas de turco (una agradable sensación de justicia, aunque las verdaderos criminales sigan sueltas) hasta los payasos demócratas, pasando por los malabaristas de encuestas y el siempre increíble contorsionista de opinión.
Miles de personajes dispuestos para distraernos, para atontarnos, para complacernos y tenernos contentos. Felices e ignorantes.
El circo es bello y fascinante, no lo neguemos. Maravilloso por inusual. Este, por común, pasa a convertirse en una simple aberración.
Y tal vez sea hora de mirar fuera de la carpa.
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